jueves, 20 de agosto de 2009

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El 30 de diciembre de 2004 el entonces novio de una de mis amigas me había dicho que esa noche iría a ver a Callejeros con los chicos, nuestros amigos del barrio en ese momento. Era LA banda de rock. Habían sido como una revelación ese año y habían llenado el estadio de Excursionistas, adonde dos de mis amigas más cercanas habían ido.
Después de cenar, mi viejo sintonizó de casualidad Crónica en donde una placa roja anunciaba que una "bailanta" se incendiaba en Once. En eso, se conecta al MSN el chico antes mencionado, quien debería estar en el recital. Enseguida me dijo que se habían tenido que ir por un incendio que había causado una bengala. Ante mi desconcierto, vuelvo a mirar al televisor y ahora la información era más concreta: no era una bailanta, era Cromañón, el lugar donde tocaba Callejeros, y se estaba muriendo gente.
Las imágenes eran estremecedoras, y a medida que pasaba el tiempo el panorama empeoraba. Le pedí detalles a mi amigo: él sólo me podía decir que como habían llegado un poco tarde, el lugar estaba arrebatado de gente y se habían tenido que quedar cerca de la puerta. Eso les salvó la vida.
Yo tenía 16 años, mis amigos entre 17 y 18. La mayoría de los que estaban ahí no superaban los veintipico de años. La mayoría de los que estaban ahí eran chicos como yo, a los que nadie cuidó. Empezando por el Estado corrupto, que ni en ese momento ni ahora se preocupó por controlar que ese y tantos otros lugares tuvieran las medidas de seguridad necesarias para que, en caso de una tragedia semejante, los pibes pudieran empujar una puerta y salir.
Siguiendo con el dueño del lugar que, como todo empresario, lo único que quería era lucrar. Para eso, vender entradas de más y pagar coimas para que no le cerraran el bolichito, cuyas salidas de emergencia estaban encadenadas.
Y finalmente, la banda que no está libre de responsabilidad. Hoy, a 5 años, los absuelven como si no hubieran incentivado el uso de bengalas en un lugar cerrado. Como si ninguno hubiera tenido ni voz ni voto en las decisiones.
En este caso, son todos socios de la tragedia y todos tienen que pagar. Lo más grave es que para el tribunal el gran culpable es Chabán, y bien culpado está, pero con esto se tapan responsabilidades aún más pesadas, que van a quedar impunes.

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