Siempre lo dije y siempre lo voy a decir: me irrita la desinformación. Pero la desinformación grosera, esa que hace quedar a la gente como estúpida ante una conversación en la que inevitablemente se tocan temas de actualidad.
Quizá por eso a los doce años, en un inquieto instinto, elegí la orientación de Comunicación Social de mi colegio, “para tener periodismo”. Y cuando estaba terminando el secundario y se me dilucidaron las ideas vocacionales, elegí aprender ese oficio.
Sabía que iba a tener que dedicarle mucho tiempo a la escritura y ese aspecto me entusiasmaba aún más -mucho más que volverme famosa por repetir noticias al lado de Santo Biasati-. Es que creo que desde chica me sentí atraída por las letras. Recuerdo que cuando compraron la computadora en casa, escribía cuentos y los guardaba en una carpetita. Me encantaba que mi abuela me llevara a la Feria del Libro y adoraba el manual de antología de cuentos de cuarto grado.
Sin saber si sería buena o mala en esto, arranqué la carrera en la escuela de periodismo. Ahí descubrí, entre tantas otras cosas, que también me gusta entrevistar y desgrabar para armar una nota lo más creativa posible. Ahora, sobre el final de la tecnicatura, me sedujo la radio. Empecé a prestarle más atención a muchos programas (ineludiblemente de FM, soy de esa generación) y quise hacer uno propio. Lo hice. Y quiero seguir descubriendo y reinventando este medio apasionante en donde pondera la imaginación.
Right now, siento que el desafío inmediato es salir y hacerme un lugar armada de lo que me dio la formación académica, pero dejando atrás "esa chica que estudia” para ser “esa profesional".
Scares me a little, I must admit.
martes, 9 de junio de 2009
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