miércoles, 23 de septiembre de 2009

Cuccina

Me declaro enferma de El Gourmet.
Veo prácticamente todos los programas de esa señal de cocina y conozco a todos los cocineros.
Me fascina Narda Lepes (de quien compraría hasta DVDs si los hubiera) y sus Recetas y secretos o sus viajes alrededor del mundo. Los banco a los franceses Bruno y Olivier que de la panadería hacen magia, viajan por Francia degustando quesos y hablan en ese español afrancesado forzado (c'est parfait). Siempre me engancha Osvaldo Gross, ese meticuloso pastelero hiper prolijo. Me fanaticé con José Ramón Castillo en Cacao (ex Xocolatl), con su templado, llenado, vibrado y vaciado para hacer bombones. Veo a Donato de Santis mientras viaja por su país natal en Italia Mia y en su Villa della Pasta, donde cocina todas las variedades de fideos habidas y por haber. Me deleito con los platos sofisticados de los cocineros de Nueva Generación (Alexis Cataldi me cae particularmente bien por su tono barrial porteño). Trato de no perderme un solo programa de los orientales Iwao y Ohno, quienes en Wok y Ohno respectivamente, tiran tips de su fascinante cultura. Cuelgo mirando a Francis Mallman cocinando en la Patagonia con sus perros, en Huente-có. Y me sorprendo con el adolescente Omar Pereney, quien en Yo Cocinero hace recetas sencillas explicadas a la perfección (con sólo 15 años). Incluso veo los programas más boludos: ABC Gourmet, en el que solamente se ven las manos de un chef; Comando Gourmet, que es una especie de reality muy trucho y me fumo el acento mexicano de Desafío Gourmet, la competencia para encontrar al nuevo chef del canal.
Ah, y no sé cocinar ni un huevo frito. Pequeño detalle.

miércoles, 16 de septiembre de 2009

Vida terrenal

Voy hasta la cocina a guardar los platos en la alacena y de paso echo un vistazo por la ventana. Casi siempre está la chica del edificio de al lado hablando por teléfono en el balcón. Creo que si nos cruzáramos por la calle nos reconoceríamos. Nunca pasó.
Esta vez, hay un chico asomado a su ventana en el edificio que se ve de frente. Está lo suficientemente lejos como para que no pueda divisar si me está mirando, si me está haciendo señas o si siquiera es lindo. Qué pena vecino, nunca habrá chances de que nos conozcamos. Nos separa mucho más que una medianera.

sábado, 12 de septiembre de 2009

Loser

Odio admitirlo, pero tenías razón. Si te hubiera escuchado cuando veníamos caminando, probablemente hoy no estaría pensando que soy una perdedora. Perdedora de tiempo. Estaba todo dado, solamente tenía que tomar la iniciativa yo, por una vez en la vida. Pero no. Por cobarde esperé, te dije "la próxima que nos crucemos le digo" y tu respuesta fue "la próxima puede ser muy tarde ya". Ahora tengo la sospecha de que está con otra. Más que sospecha, me parece que es un hecho. Debería haberte hecho caso porque no tenés 25 años al pedo. Por más que piense que te faltan unos jugadores, a veces decís verdades. A veces tenés razón y odio admitirlo.

viernes, 11 de septiembre de 2009

Ilustreitor

Hace poco me empezó a resonar el nombre de Alberto Cerriteño. Creo que primero vi sus ilustraciones en un programa de tv de cable porque había participado del Puma Urban Art y después apareció en la revista gratuita que reparten en algunas facultades.
Indagué, husmeé, fisgoneé y me gustó bastante lo que hace este mexicano residente en USA.

Llegué a su blog y estaba en inglés. Pobres sus compatriotas que no tienen la suerte de entender el idioma universal. No es que no lo use ni me parezca poco importante manejarlo. Todo lo contrario. Simplemente a veces me irrita que el mundo entero se doblegue ante el inglés: ganás un premio y tenés que agradecer en inglés; ganás Roland Garrós y algo en inglés tenés que decir; hacés un discurso para salvar la humanidad y lo tenés que pronunciar in bloody english.
Cuando me pase algo de eso, voy a hablar en español y que se las arreglen. Primero la identidad.

martes, 8 de septiembre de 2009

La vecindad del Once

Situación: sala de redacción de TEA, muchas computadoras prendidas, numerosos alumnos haciendo trabajos. Salta la térmica un toque, amenazando con apagar todo y se escucha un "uhh", como de golazo errado.
Diez minutos más tarde, emprendía viaje hacia mi casa en el nunca bien ponderado 26. Mientras caía el sol, miraba por la ventanilla y gran parte del barrio de Once, meca de las telas y demás chucherías, estaba a oscuras.
Al parecer, el corte de electricidad sacó a flor de piel lo mejor de la vecindad de los comerciantes y, a medida que el bondi avanzaba (o al menos intentaba), las escaleras de pintor se pasaban de cuadra a cuadra para intentar bajar manualmente las persianas. La imagen se repetía como un dvd rayado. Y quienes no tenían la suerte de poseer una persiana mal que bien modernosa, debían apelar a la solidaridad del cadete vecino para destrabar la oxidadada cadena, mientras el encargado del otro lado, sostenía la linterna para que le embocara al destornillador.

martes, 1 de septiembre de 2009

Algo que me pasa no muy seguido: siento unas ganas irreversibles de mandar a alguien a la mierda. Pero si digo irreversible es que tengo que contenerme demasiado para que no me salga una puteada de esas inolvidables. Me muerdo el labio inferior por dentro y pongo la mejor cara de mal humor, como para que me pregunten cuál es el problema. Es el momento perfecto para el vómito. Sin embargo, no lo hago. No-lo-hago. Respondo políticamente correcta pero doy a entender mi descontento.
Y después, todo el mundo se olvida.