Algo que me pasa no muy seguido: siento unas ganas irreversibles de mandar a alguien a la mierda. Pero si digo irreversible es que tengo que contenerme demasiado para que no me salga una puteada de esas inolvidables. Me muerdo el labio inferior por dentro y pongo la mejor cara de mal humor, como para que me pregunten cuál es el problema. Es el momento perfecto para el vómito. Sin embargo, no lo hago. No-lo-hago. Respondo políticamente correcta pero doy a entender mi descontento.
Y después, todo el mundo se olvida.
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