martes, 8 de septiembre de 2009

La vecindad del Once

Situación: sala de redacción de TEA, muchas computadoras prendidas, numerosos alumnos haciendo trabajos. Salta la térmica un toque, amenazando con apagar todo y se escucha un "uhh", como de golazo errado.
Diez minutos más tarde, emprendía viaje hacia mi casa en el nunca bien ponderado 26. Mientras caía el sol, miraba por la ventanilla y gran parte del barrio de Once, meca de las telas y demás chucherías, estaba a oscuras.
Al parecer, el corte de electricidad sacó a flor de piel lo mejor de la vecindad de los comerciantes y, a medida que el bondi avanzaba (o al menos intentaba), las escaleras de pintor se pasaban de cuadra a cuadra para intentar bajar manualmente las persianas. La imagen se repetía como un dvd rayado. Y quienes no tenían la suerte de poseer una persiana mal que bien modernosa, debían apelar a la solidaridad del cadete vecino para destrabar la oxidadada cadena, mientras el encargado del otro lado, sostenía la linterna para que le embocara al destornillador.

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